Monólogo




Ibas a entrar, estoy convencida, porque reconocí tu paso seguro direccionado hacia la puerta alta, de vidrios gruesos y biselados con adornos de bronce, bien pulidos en sus aldabas. Era la puerta del bar de calle Suipacha, ése, de los encuentros fugaces en tardes de invierno y más duraderos en siestas de verano. Ése, donde las mesas y sillas son de madera negra reluciente y los camareros lucen graciosamente camisa blanca impecable y moño rojo al cuello. Entrabas justamente a ese Café porteño donde el tango está ausente porque las voces de los LCD invaden el ambiente con noticias de futbol o política salvo, cuando de vez en cuando, si un monitor se apaga, puede escucharse a Shakira o a Charly en sus antiguas versiones de rock. Este bar, querido mío, ya no ostenta la media luz de hace veinte años atrás, sino que por el contrario, las dicroicas hieren la vista. Te vi esquivo, te sentí cobarde. Pero. . . ¿Qué estaba pensando? Aparté de mi mente ese pensamiento. Era casi soberbio. ¡Hacía tanto tiempo! Para qué imaginar, suponer, desear cosas,  si seguramente no me reconocerías. Los años pasan y las etapas de la vida se cumplen inexorablemente. En algunas, se ganan kilos y se pierden las sonrisas puras e intrascendentes de la juventud. Además, yo no permitiría que nadie viera una sola cana en mi cabeza que siempre gozó del reconocimiento generalizado por el brillo y el color azabache del pelo y, recién tengo turno el jueves en la peluquería. Repito, te noté esquivo y sólo porque estaba yo en ese bar, oronda frente a mi Notebook escribiendo la lista de tareas del día siguiente o borroneando algún poema o simplemente curioseando en Internet, justo sobre la vidriera que daba sobre la calle transversal, cuyo nombre nunca recordé. Qué pena me diste. Ella queriendo entrar y tú acorralado contra el vidrio forcejeando por volverte sobre tus pasos. En el tire y afloje ganó ella. Se veía una buena mujer: delgada, rubia, arrugada como típica fumadora de años, con la tez opaca por la nicotina, pero parecía buena al fin, y se colgaba de tu brazo tan cariñosamente, que me conmovió. Es curioso cómo las mujeres en ciertas ocasiones nos aunamos, nos entendemos y hasta nos queremos, aunque haya un hombre de por medio.  Y te digo, aunque sé que nunca leerás esto que escribo, nunca. . . De no ser por esa actitud de búsqueda de protección de tu mujer, te hubiese salido al encuentro.
¡Vamos, te dije con los ojos, vamos! entra, si el tiempo ha pasado. . . o voy a creer acaso, que el tango tiene razón, que: veinte años no es nada. . . Con tu actitud casi me lo creo".
Alcé mi PC móvil y salí presurosa sin rumbo. . .

2013



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Comentarios

  1. Hola soy Rios Araceli y me gusta leer y escribir, tengo 14 años. No me arrepiento de haber leido esto , es muy lindo . Felicitaciones!

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  2. Gracias Rocío por entrar a este Blog que recoge experiencias de la vida. Te recomiendo leas "Viento y Secreto" es justo para vos. Un abrazo lectora pequeña

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Alimento del alma

Alimento del alma
Del pintor italiano, Charles Edward Perugini (1839-1918)