Suposición




Caminaba con la cabeza gacha por la acera húmeda, en medio de un concierto de ringtones que apabullaban al sonido del celular propio. Ernesto había sido un buen jefe de área, tal vez, ligeramente olvidadizo pero eficiente y respetable en su rol. La había distinguido entre otras oficinistas con la mejor manera de probar sus aptitudes según él, o lo que es lo mismo, adjudicándole trabajo extra, delicado y concienzudo. De esa forma quedó obligada a quedarse horas extras tres veces por semana para cumplir con la "prueba"; pero también tuvo que aceptar en algunas ocasiones las invitaciones de su Jefe a tomar un café, cuando terminaba su labor. En la primera, grande fue su sorpresa cuando no advirtió ningún gesto amoroso de parte del hombre, como se había imaginado. Conversaron tranquila y mesuradamente, bebieron el café y ya repuestos del cansancio laboral, cada uno se marchó por su lado. En medio de la magia de los Cafés, las citas se repitieron con la misma tónica. Ese día, a primera hora, todos los empleados que venían cumpliendo horas extras recibieron la noticia que quedaban suspendidas hasta nuevo aviso.
Si bien es cierto que su Jefe nunca se había insinuado con ella, su pensamiento la había llevado a interpretar a un hombre especial, que no se animaba a declararle su amor, lo cual le generaba dudas y cuestionamientos. Cuando en aquella oportunidad, salió  de la Empresa, desde la puerta del ascensor lo vio bajar a buen ritmo por las escaleras y salir a la calle. Se apuró disimuladamente y ya en la acera corrió. Comprobó de inmediato que Ernesto se dirigía hacia el mismo Café al que habían frecuentado hasta la semana anterior, siempre en una relación intrigante y distinta, de jefe a empleada.
Casi sobre sus talones Sofía se detuvo en la vidriera del Bar cuando él entró.  Con los ojos muy abiertos y el corazón palpitante observó la escena: Un hombre un poco mayor acababa de abrazar a Ernesto y éste, al mismo tiempo le zampaba un corto beso en la boca. Llevó su mano derecha sobre su rostro en señal de desconcierto y rápido, retomó su marcha hacia el destino acostumbrado.
Sus pensamientos estaban confusos y los interrogantes se agolpaban para ser resueltos con sus especulaciones. “¡Qué desagradable es suponer algo y luego comprobar que no es lo que imaginábamos!” se dijo a media voz mientras apuraba el paso. Sofía, nunca hubiese sospechado esa faceta de su jefe. Estaba desconsolada.
En el camino a su casa, recordó algunas palabras de su psicóloga: “Nunca tendremos la plena y total seguridad de lo que pasa en la mente del otro”. 

2011




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Alimento del alma

Alimento del alma
Del pintor italiano, Charles Edward Perugini (1839-1918)