Pasaba de paso casi todos los días, por ese lugar
distinto, único, donde los aromas embriagaban y los sutiles sonidos adormecían.
Nunca se había detenido a contemplar la belleza de las pinturas colgadas al
descuido en la pared ni los colores de los tapetes púrpuras y malvas, ni menos
los tapices reproduciendo sagradas figuras. Nunca había imaginado la presencia
celestial del Maestro que todo justificaba. Ese día se detuvo en el doyo y escuchó su palabra. Entró en el
salón y se sentó sobre la alfombra tupida. Aprendió a escuchar y a observar el
Mundo. Se enamoró de la vida.
2011
¡Precioso!
ResponderEliminarBesos, buen domingo