Un libro



Una tormenta sin igual, propia del verano, se desató sobre la ciudad. Manuel se refugió en una Librería y compró un libro de la colección "De Bolsillo" sobre el amor, edición rústica y accesible que le permitía llevar el ejemplar a todas partes sin que le estorbara. Casualmente, una joven que había entrado empapada a continuación suyo, adquirió el mismo. Cuando el vendedor lo advirtió, fue tarde: Ambos se sonreían ante la coincidencia.
Esperaron que la lluvia amainara y Clara fue la primera en partir presurosa rumbo a la Estación del Ferrocarril. El tren de las seis de la tarde la llevaría a su casa, aún con luz solar.
Las huellas de la tormenta de horas atrás se dibujaban en el campo luminoso.
En su observar entrecortado, se durmió. Las nubes blancas se levantaban hacia el infinito y eso era peligroso, anunciaban más lluvia. El ronronear de los truenos y la sorpresa de los relámpagos, la sobresaltaron.
La bocina grave de la máquina del tren anunció su próxima parada. Descendió presurosa mezclándose con el gentío diario. Para entonces, Clara descubrió que ya no tenía su libro.
Mientras salía de la Terminal ferroviaria, trataba de recordar cuándo y dónde lo había tenido entre sus manos por última vez, pero la figura de un joven atractivo de mirada dulce, era el único recuerdo que acudía a su mente.
Cotidianamente hacía el mismo recorrido.
No había recuperado el libro de cuentos, y a pesar suyo, ya casi no se acordaba de él. "Por algo será", pensaba.
En cambio, su memoria estaba prendada por la sonrisa de aquél muchacho de la Librería.

Una tarde, como otras, una voz varonil la detuvo. Con estupor de su parte, volvió su mirada atrás. Se trataba del mismo joven quien, vaya a saber porqué razón del destino, conocía de su pérdida. Mientras ella lo miraba perpleja, él se acercó y extendiendo su mano le entregó el pequeño libro extraviado y saludándola con afecto, se marchó. Pensativa y asombrada, continuó su camino.
Había culminado su rutina diaria y se disponía a descansar, cuando el viento, anunciante de una nueva tormenta, abrió con fuerza la ventana de su dormitorio haciendo volar las glamorosas cortinas. Tras ellas, el libro rescatado, al que no había hojeado todavía y que esperaba sobre la mesa de noche.
Al recogerlo, la joven descubrió un trozo de papel que rezaba: “Éste es mi libro. No leo cuentos de amor. Lo había comprado para una persona que creí, lo merecía, pero no es así. Ahora es tuyo.”
Clara se acostó abrazada al librino, apretando muy fuerte en su mano derecha la esquela que, además, contenía un número de teléfono.

2017


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Alimento del alma

Alimento del alma
Del pintor italiano, Charles Edward Perugini (1839-1918)