Los veía moverse constantemente. Algunos saltaban,
otros gritaban, todos festejaban algo. No advertí motivo especial. Me convencí:
festejaban la vida. Mis ojos no lograban distraerse de la escena. Sus actitudes
podían pertenecer al aquí y ahora o representar ritos del pasado. Gesticulaban
exacerbadamente. Se comunicaban a través del lenguaje oral, pero a tal volumen
que las palabras vibraban en el ambiente de modo no inteligible. Sus atuendos,
muy coloridos, sugerían una especie de arcoíris en ostensible combinación con
el entorno vital. Casi todos tenían las mismas dimensiones. De pronto, se
incorporó al grupo, un integrante que llegaba retrasado. Por mi parte,
intentaba concentrarme en la lectura del último libro de Haruki Murakami que
acababa de comprar y que me había propuesto revisar, mientras bebía un juvenil
vaso de café mocha. El resultado: “Negativo”.
El recién arribado fue recibido con sonidos eufóricos. Brincaban, se abrazaban,
uno se subía sobre la espalda del otro, dejando caer sus bártulos al suelo. ¡En
fin!
Pude entender entonces, cómo funcionaban. Sobre sus
cabezas levitaba un Ser, o una Mente, suma de las mentes de todos ellos. No
eran cada quien. Eran Uno. Eran las emociones del grupo, vinculando los cuerpos,
reviviendo a través de la evolución, situaciones remotas, propias tal vez, de
un conjunto de australopitecus, comunicándose.
Si no fuese porque me encontraba en un bonito Shopping porteño, lo hubiera jurado.
Tuve entonces que convencerme: Se trataba simplemente, de adolescentes
esperando la hora del contra-turno en algún curso de la Secundaria.
2012
2012
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