Señora



El Centro de Diagnóstico por Imágenes quedaba a unas pocas cuadras del radio céntrico de la ciudad, cuyos altos edificios, se perdían en el gris borrascoso de la tarde. Decidida pero temblorosa, Amalia no quería fallar al turno que había obtenido hacía veinte días atrás. Paraguas en mano, cruzó lentamente en un mini-bus la distancia que separaba el alejado barrio en que vivía de aquel moderno edificio. Fue pasando uno a uno los escritorios numerados donde se tomaban los turnos para diferentes estudios especiales. Se ubicaban sobre el lado derecho de un largo y sinuoso pasillo flanqueado por impecables paredes blancas, iluminado por claraboyas de colores en el techo bajo.
Prolijos asientos largos, tapizados en cuero ecológico marrón, ofrecían descanso a pacientes que por diferentes motivos asistían al Centro médico especializado.
Había en el lugar, un callado ir y venir de personas con similares expresiones en sus rostros que leían los carteles indicadores y se detenían en el que les correspondía. Amalia los fue leyendo uno a uno: “Cámara Gamma”, “Radiología”, “Mamografía”, “Densitometría”, “Tomografía axial computada”, “Resonancia magnética nuclear”, mientras sus ojos se agrandaban ante palabras nunca leídas; así, llegó al último sector desde cuyo techo colgaba el cartel que buscaba: “Ecografía”. Entregó su constancia de turno a la empleada y se dirigió hacia la puerta identificada con la silueta rosa de una mujer. Se lavó varias veces las manos con un champú con olor a violetas, acomodó su cabello y advirtió que en su rostro, un nerviosismo temeroso se había instalado que le agrandaba los ojos y le marcaba una profunda arruga en su ceño. Era propio del momento. Volvió al escritorio y completó sus datos personales, entregando la tarjeta magnética de su obra social. “Aguarde, unos minutos, señora, por favor” le indicó la secretaria. El término inusual en sus oídos caló muy hondo. Durante la espera, Amalia se preguntó qué era el tiempo, ese inasible parámetro de la vida, que si la mente se propone, puede medir a su antojo. Para ella, los minutos fueron horas.
Acostada en la camilla, con todo el vientre desnudo, la mirada fija en el cielorraso, el suave desplazamiento del gel frío sobre esa parte de su cuerpo, la volvió a la realidad.
“Está todo bien, querida, todo en orden, este bebé va a ser muy lindo”, afirmó la médica.
¿Qué es?   Preguntó Amalia, cortante.
_ ¡Un hermoso varón! respondió la profesional, con más alegría que la aparecida sutilmente en el rostro de la joven y agregó: “El padre se va a poner muy contento, porque los hombres, querida, siempre quieren varones, por lo menos el primero.”
Amalia se quedó sin palabras y se extravió en la melancolía. . .

2013



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Alimento del alma

Alimento del alma
Del pintor italiano, Charles Edward Perugini (1839-1918)