Álvaro


Sólo de lejos, en el lenguaje de la contemplación, la joven vestida de blanco lo había inspirado como ninguna otra. 
Su figura celestial era permanente invitada de sus intranquilos sueños, motivados tal vez por el calor abrasador de la temporada estival.
Así, las noches calurosas propiciaban las celebraciones bajo cualquier excusa, haciendo que se sucedieran cada vez más a menudo.
La exposición de óleos bucólicos de María de las Mercedes lo obligaba a asistir, una vez más, en contra de su mancillada voluntad.

La mujer, presurosa y preocupada por la organización del evento, dejó la casa mucho antes que Álvaro, abriéndole el camino hacia su melancólica soledad, momentos en los que su pluma mejor se expresaba.

Decidió volcar entonces en rimas, su apasionada admiración por la joven nívea. Se recogió en la bohardilla y escribió el poema más bello de su creación.

Cuando lo leyó para sí, en voz alta, un frío extraño se apoderó de su alma y de su cuerpo. Claramente sintió palpitar su corazón como si se tratara de un potrillo retozando en la campiña.

Bajó con rapidez la escalera caracol que lo separaba del mundo real, y peinó sus alborotados cabellos con maestría. Calzó su vieja levita, ya en desuso, y partió ansioso hacia la Exposición.

Una alegría insospechada ganó a su retraso.

Afortunadamente todavía se servía el cóctel y, pensando en pasar desapercibido, alzó una copa de la bandeja en descanso y se quedó quieto, parado frente al amplio ventanal del salón omitiendo las miradas de algunos invitados.

Al advertir su presencia, María de las Mercedes se acercó silenciosamente y tomándolo del brazo, lo invitó: “Vamos querido, voy a presentarte a mi alumna preferida y a su prometido”

Sin resistencia, el poeta se encaminó hacia la joven vestida de blanco que sonreía seductoramente al apuesto militar.

Mientras caminaba resignadamente llevado por su esposa en un acercamiento indeseado, figurativo  y lento, sólo atinó  a sumergir su mano derecha, en el interior profundo de su bolsillo, para retorcer, con disimulada ira, la sedosa hoja de papel donde había plasmado el poema recién escrito.

2017



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Alimento del alma

Alimento del alma
Del pintor italiano, Charles Edward Perugini (1839-1918)