Decidió volcar
entonces en rimas, su apasionada admiración por la joven nívea. Se recogió en
la bohardilla y escribió el poema más bello de su creación.
Cuando lo leyó
para sí, en voz alta, un frío extraño se apoderó de su alma y de su cuerpo.
Claramente sintió palpitar su corazón como si se tratara de un potrillo
retozando en la campiña.
Bajó con rapidez
la escalera caracol que lo separaba del mundo real, y peinó sus alborotados
cabellos con maestría. Calzó su vieja levita, ya en desuso, y partió ansioso
hacia la Exposición.
Una alegría
insospechada ganó a su retraso.
Afortunadamente
todavía se servía el cóctel y, pensando en pasar desapercibido, alzó una copa
de la bandeja en descanso y se quedó quieto, parado frente al amplio ventanal
del salón omitiendo las miradas de algunos invitados.
Al advertir su
presencia, María de las Mercedes se acercó silenciosamente y tomándolo del
brazo, lo invitó: “Vamos querido, voy a presentarte a mi alumna preferida y a
su prometido”
Sin resistencia, el poeta se encaminó hacia la joven vestida de blanco que sonreía seductoramente al apuesto militar.
Muy bueno, amiga. Siempre es un placer leerte.
ResponderEliminarAbrazo