En el jardín de la República

 


Ilusionada con visitar a su tía Manuela, en San Miguel de Tucumán, después de tantos años, recordó los veranos de su adolescencia cuando con su prima Esther iban a pasar unas semanas con la pariente tucumana y no solamente porque hacía las empanadas más ricas, sino porque era todo un personaje: las hacía reír con sus chistes, les guitarreaba zambas por las noches, les contaba anécdotas de la Historia tucumana, como ésa, “. . .cuando el Gral. Manuel Belgrano combatió en 1812 contra el ejército realista comandado por el Gral. Pío Tristán en  Campo de Las Carreras y, luego de la victoria de los criollos le adjudicó el triunfo a la Virgen de la Merced, otorgándole el bastón de mando, que actualmente conserva, y el título de Generala del Ejército del Norte. . .” pero por sobre todas las cosas porque les daba permiso para ir a la Confitería próxima a la plaza, cosa que no harían solas en Buenos Aires.

 

Clara debería llegar antes del 24 de septiembre, porque en esa fecha se celebra el día de la Virgen de la Merced, patrona de la ciudad, de quien, su anciana tía era devota. La viajera hizo todos los arreglos posibles, organizando trabajo, esposo e hijos, casi todos grandecitos, o terminando la secundaria o ya en la Universidad, amén de haber invitado a su prima e insistido para que la acompañase.

Al fin, partió sola, rumbo al Jardín de la República, como llaman a la capital de la provincia norteña.

En Rosario, el pasaje se completó y mientras transcurría el tiempo de espera en esa parada, unos arpegios arrancados a una guitarra criolla le hicieron recordar su obsesión juvenil por aprender a tocar el instrumento sin haberlo logrado, pero sí disfrutado, no sólo con la tía Manuela sino en el campo, cuando ella la llevaba a las guitarreadas en casa de unos parientes de su difunto esposo (la tía había enviudado muy joven) en ese pueblito cercano donde se cultivaban naranjas y limones y todo olía a azahar.

Ahora, el destino la ponía a prueba. Varios pasajeros ascendieron al “bus” en la ciudad de la bandera, llamada así, porque precisamente en ese lugar argentino, según la Historia y los comentarios de la tía de su juventud, “. . .en Rosario, provincia de Santa Fe, fue Manuel Belgrano quien, inspirándose en los colores del cielo, la creó, el 27 de febrero de 1812, y la hizo jurar por sus soldados por primera vez. . .”  Ensimismada en sus pensamientos se sobresaltó cuando uno de aquéllos se sentó a su lado, en la butaca desocupada, portando un estuche de guitarra. Respetuoso, el pasajero la saludó y ella le respondió con un gesto.

Las horas de viaje y la inevitable charla tejieron entre ellos un feed back abrumador.

Clara pensó luego, que quizás ese acercamiento se generó en virtud del común gusto por las cuerdas.

Quedaron en encontrarse. Lo hicieron tres veces, en una visita guiada a la Casa histórica, donde se juró la independencia de nuestro país el 9 de julio de 1816, y en un bar cercano a la casa de la tía Manuela.

El compañero de asiento resultó ser un apasionado de la guitarra y la fotografía, dos temas que a Clara le encantaban.

La tía, ya con pocas fuerzas para caminar y estar parada, no pudo acompañar a su sobrina en su tercera salida al centro de la ciudad, esta vez para comprar unos regalos. . .

A su regreso, Doña Manuela alertó a Clara sobre su nerviosismo y su mirada triste, adjudicándolos a que ya comenzaba a extrañar a su familia; pero la sobrina, restó importancia al comentario.

Hubo una cuarta invitación, después del tercer encuentro, ése que nubló de tristeza los ojos negros de Clara. Nada podía reprochar al profesor de guitarra que había conocido, al contrario, a su lado había gozado de la música y de su conversación, de la toma de muchas fotografías que hicieron juntos de plazas y paseos de la ciudad, de la bella casa de gobierno y de las salas de la casa histórica. Sin embargo, no aceptó de lleno asistir a la cita, dejó abierta la probabilidad de no ir y con el alma oprimida se fue a dormir.

En plena madrugada la despertó su celular. Pensó con desesperación en sus hijos. No eran ellos. Tampoco su esposo, con quien cada día menguaba la comunicación, siempre ocupado y con compromisos impostergables.

No contestó la llamada, era Máximo, el amante de la guitarra, el amable profesor de quien Clara tanto le hubiese gustado aprender.

Cuando despertó, después de un sueño confuso y cansador, recién amanecía. Seguramente la tía Manuela ya estaría levantada. Miró su Nokia de reojo y vio el signo de un mensaje. Sabía que si lo leía se le rompería el corazón.

Lo leyó, se quedó abstraída, quieta, mirando la nada. Una lágrima silenciosa rodó por su mejilla.

Olió los tempranos jazmines que su tía le había llevado a su habitación y marchó rumbo a la cocina.

Muy a su pesar, debería regresar a Buenos Aires, ese mismo día.

Él la esperaría en vano en el jardín de lo imposible, y recordaría los inolvidables ojos de esa mujer a quien, nunca volvería a encontrar.

 

2015

(Mejorado 2020)




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Alimento del alma

Alimento del alma
Del pintor italiano, Charles Edward Perugini (1839-1918)