Cerré los
ojos y te vi una vez más en medio de un entorno desdibujado, entre resplandor y
bruma.
Los apreté
fuerte para retenerte, pero tu figura se desvanecía y la rosa amarilla que
sostenías en tu mano derecha, como si estuvieras ofreciéndomela quedaba
flotando en el aire. Las rosas me gustaban desde niña, sería porque mi abuela
las cultivaba con mucho amor. Cuando entreabría los párpados, la mirada se me
escapaba lentamente, recorriendo por tramos mi entorno. Tenía entonces, la
impresión que te había descubierto en la realidad. Había escuchado que no se
puede pensar ni imaginar nada que no se haya conocido por alguno de los
sentidos. Y me consolaba diciéndome en voz baja: “Son sueños nunca lo voy a
encontrar”. Ahora me he despertado y me he quedado absorta viéndote recostado
en el marco de la puerta de la
habitación, con tu blanco guardapolvo de doctor, preguntándome cómo me sentía
hoy.
En la mesa
de noche junto a la cama de hierro, una rosa amarilla cercada por el florero de
loza se resistía a morir.
2013
Comentarios
Publicar un comentario
Mi agradecimiento por tu conexión.