Fedra
estaba sola otra vez, sentada a la mesa de siempre junto al escaparate de los
dulces. De su lustroso bolso de cuero ecológico, entiéndase plástico fino, sacó
su carpeta roja y su lapicera Parker,
mientras Omar, el mozo que le servía todas las mañanas su desayuno, le acercaba
una humeante taza de café con leche y las facturas de su gusto. Junto a una de
sus habituales sonrisas mañaneras, en la que, a pesar de sus años, podía aún
lucir una hilera completa de piezas blancas, brillantes, a puro cepillado con
bicarbonato de sodio, según le confesara a Fedra hacía algunos meses atrás, la
acostumbrada pregunta: “¿Escribiendo a su hijo otra vez, Fedra?” Interrogó Omar
con cierta confianza adquirida entre cafés y horas de bar. Ella levantó su
mirada sobre la taza asintiendo sin definir nada. Para Omar el secreto se había
develado. En señal de respeto, el empleado se retiró no sin antes consultarle:
¿Quiere que ponga a Piazzola, hoy? Fedra volvió a asentir con su cabeza
mientras saboreaba su desayuno favorito.
Ahora
sí, Omar se retiró silenciosamente.
Fedra
escribió como todos los días. Según Omar, cartas a su hijo, ese joven aventurero
con el corazón roto por su fracaso matrimonial, quien vivía en la Bretaña
francesa, muy cerca del mítico Castillo del Mont Saint Michel. Desde la barra,
Omar la contemplaba discretamente, simulando que leía el diario. Tenía aspecto
de mujer madura, pero tal vez no lo fuera tanto, pensaba.
“Es
una intelectual” afirmaba. Le dispensaba respeto porque ella se lo inspiraba y
hasta se imaginaba haber establecido con Fedra una tácita amistad.
Siempre
elegante. Siempre sola, de pocas palabras, al fin de cuentas una habitué
intrigante y agradable del Bar Garufa. Omar, adivinaba su viudez. “No podía ser
de otra forma, si tiene un hijo”, razonaba dentro de sus parámetros culturales.
Promediando la mañana el Bar se llenaba de estudiantes de abogacía, parlanchines
y sabiondos que ocupaban su tiempo libre entre curso y curso, tomando un café y
comentando a gritos sus experiencias del día. Apenas llegaron, Fedra se marchó,
apurada.
El
cajero del bar, un joven ingresado hacía pocos meses al negocio, pero de gran
confianza por ser pariente del dueño, se carcomía por saber más de la vida de
la intrigante mujer, y sometía a preguntas insistentes a Omar. Pretendía saber
desde cuando concurría con asiduidad todas las mañanas, dónde vivía y a quien
le escribía, ya que solía pasar más de dos horas haciéndolo en el bar. “Si me
animo voy a entablar una conversación profunda con ella, algún día de estos”,
pensaba Omar.
Aquella
mañana primaveral con un sol radiante que atravesaba las vidrieras sin respetar
cortinaje alguno, Fedra estaba demorada. No llegaba en su horario habitual.
Omar se preocupó.
Apenas
el cajero terminó su tarea con otros mozos que le traían sus tickets, llamó a
Omar con una seña de cabeza y hablándole al oído le entregó una carpeta roja.
“La guardé en mi cajón, ayer, cuando me lo dieron unos muchachos después que
esa mujer se marchara” Luego me olvidé de comentarte y quedó aquí, bajo llave.
“¿Quién te lo dio?” Le requirió Omar. “Me lo trajo uno de los estudiantes que
estuvieron en la misma mesa. Estaba sobre una silla contigua a la que ella
había usado”. Omar se retiró de la barra y se encerró en el baño con la roja
carpeta a cuestas. La hojeó y no encontró ninguna carta. Pero había hojas en
blanco y hojas escritas. La letra era ilegible o él ya no veía tan bien.
Parecía que se trataba de una narración, no entendía mucho, al punto que llegó
a exclamar en voz alta “Pero, ¡qué escribe esta mujer!” Dado el lugar reducido
en el que se encontraba, seguramente su exclamación sobrepasó las paredes y la
puerta de madera barata, porque un compañero preguntó “¿Estás bien Omar?”
En
ese momento se dio cuenta que debía permanecer callado. Prosiguió ávidamente
con su lectura, hoja tras hoja, salteando tachaduras y frases inexplicables.
Algunas anotaciones estaban sueltas pero numeradas. “Esto es todo un reclamo de
amor” entendía el mozo, “Pero esta mujer está hablando de ella de su soledad,
de su nostalgia ¡Ay, Dios mío! ¡No entiendo nada! ¿Quién será Luis? El hijo, el
amante, ¿Era casada o viuda?” Rápidamente llegó hasta la última hoja escrita ya
de manera más nítida con una caligrafía calma y hasta inteligible para Omar.
Fedra amenazaba con suicidarse esa noche presa de una brutal depresión
sobrevenida después de la ruptura con su esposo. “Por fin se van aclarando las
cosas, pensó Omar” y continuó leyendo. . . Pero no sufriría afirmaba la mujer,
abriría la llave del gas natural y dejaría inundar su bello departamento por la
etérea sustancia, según describía. . .No leyó más, salió despavorido del baño,
acomodándose el cinturón de sus pantalones y apretando fuertemente la carpeta
roja sobre su pecho, se dirigió hacia la acera donde se apostaban cada mañana
dos taxi metristas a la espera de clientes apurados. Omar, se acercó al que
hacía el delivery de desayunos de los
domingos ya que entre los clientes había comprobado con el conserje que
figuraba Fedra. Sin decir nada a nadie abandonó su lugar de trabajo rumbo al
edificio en que vivía la mujer, según los datos proporcionados por el taxista.
Descendió veloz del rodado y pulsó el timbre de la iluminada y señorial
entrada, propia de aquel tradicional edificio de mediados del siglo XX,
ostentoso por su Art Decó estampado en sus molduras, dinteles y frentes. Desde
adentro y electrónicamente le abrieron. Cuando el encargado lo atendió, Omar
irrumpió en un torrente de avasallantes preguntas, recibiendo una lacónica
respuesta: “La Sra. Fedra Elizalde no se encuentra” Ante los azorados ojos de
Omar, el encargado agregó, para darle consuelo: “Acaba de retirarse”. El
camarero respiró aliviado, reiteró su relación con la mujer y le explicó que
luego habría de hablar con ella. Rogó que no le dijese nada. Su sinceridad
conmovió al empleado del edificio, si bien Omar nada había dicho sobre sus
sospechas. Cuando ya se marchaba a paso lento, como vencido, el hombre que
seguía sus pasos con la mirada, dejó su lugar en el mostrador de entrada, lo
alcanzó y emocionado y rebosante de participación le comento: “¿Sabía Ud. que
hoy le entregan a la Sra. Fedra un premio en La casa de la Cultura, por su
destacada obra literaria que se especializa en bares, cafés y confiterías de la
ciudad?” Omar agradeció el gesto y, profundamente para su interior, la
información y con un “Gracias” abordó el automóvil que lo esperaba afuera.
Tenía la sensación de tener un sable atravesado en su tórax. Un tránsito
abrumador, característico de la media mañana, demoró aún más su regreso hasta
su lugar de trabajo.
Ahora
debería dar explicaciones acerca de su intempestiva salida y a su mente no le
llegaba ninguna justificación sensata.
2012
Intrigante... La verdad es que es un placer escribir en los cafés. Un saludo Zuni. Luis.
ResponderEliminarGracias, Luis. Yo lo hago a menudo. Me encantan los bares, cafés, confiterías. me parece que en tales lugares la inspiración palpita a nuestro lado.Un abrazo amigo.
EliminarUn buen relato, es aquel que cuando termina de leerlo, te gustarìa que se convirtiera en una novela. Enhorabuena
ResponderEliminarun saludo
fus
Gracias por tu halago Fus. Ese personaje de Omar da para mucho. Un abrazo.
EliminarMi querida Zuni:
ResponderEliminarPaso a decirte que estaré de vacaciones, regresa a España y necesito descansar Con ternura te dejo un beso
Sor.Cecilia
Me alegro y entristezco, Cecilia. Pero requiero más información para saber si volverás. Un abrazo.
ResponderEliminarMe encantó el relato Zunilda, me hubiera gustado seguir leyendo...
ResponderEliminarUn abracito y un gran beso mi niña,
Una alegría, Ross que te pases por esta otra casa mía. Un abrazo fraternal.
ResponderEliminarmuy lindos relatos
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