Alejandra Dumont, había sido una compañera muy cercana cuando ambas estudiábamos Magisterio.
A mí me encantaba la idea de ser maestra de la primaria. Ella la detestaba; cursaba la carrera por exigencia de sus padres y apenas la terminó, comenzó un profesorado fundándose en su educación familiar: "Ser profesora daba mayor jerarquía social", además, para el caso improbable de que tuviera que ejercer, lo llevaría mejor con adolescentes o jóvenes.
Ésa era su forma de pensar.
Alejandra estaba parada en la esquina, con
su traje gris y su cartera apretada bajo del brazo. Su otra mano sujetaba un
portafolio reluciente. El trolebús se detuvo a pocos metros y la muchedumbre de
adolescentes la envolvió. Sonó un estrepitoso timbre desatando en ella una
taquicardia repentina. El día había llegado.
_ ¿No entra? Srta. Dumont. La
sugerencia, más que la pregunta emitida por aquel hombre mayor de gruesas gafas
oscuras, la volvió a la realidad.
_ Sí, Profesor, contestó
Alejandra con tono de disculpa.
Resignó su título habilitante, mientras el
susurro de su necesidad la acompañó hasta el aula.
Ensimismada en pensamientos.
ResponderEliminarabrazo
Gracias Fiaris por tu visita. Un abrazo.
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