Pepi Soler había
llegado a la edad en que la mujer luce espléndida: 45 años. El amor había
intentado entrar en su vida varias veces, pero ella nunca lo había aceptado con
decisión. Vivía si se quiere feliz, con seguridad, independencia y en soledad,
concientemente sola. Esa mañana hubo de llegar al Banco Regional, no muy
temprano. Hizo la fila como las reglas mandan y se quedó mirando sin ver, con
sus pensamientos dormidos. La serpenteante multitud la emparejó con un apuesto
joven de unos 30 años, calculó, Pepi.
"¡Qué apuesto es
este mocoso!", se dijo y se ruborizó sin saber. De repente sus miradas se
encontraron ante un avance de la columna de usuarios y el chisporroteo
energético fue casi visible al ojo humano.
Desde ese instante el
nerviosismo se apoderó de Ella.
"Pero qué tonta.
¿Qué me pasa?", se preguntó, en el ahora ruidoso mundo de su mente. El
muchacho no le quitaba la vista de encima con educada cautela. La fila parecía,
ahora, no avanzar. Tan ingenuamente incómoda estaba Pepi, que las tasas e
impuestos que traía para pagar, se deslizaron de sus manos y llegaron al
lustroso piso de “porcelanato” azul. Ella se apresuró a recoger los papeles y
él hizo lo mismo. En un submundo de pies y zapatos sus ojos volvieron a
encontrarse y sus manos se rozaron. "¡Ay! Virgen Santa ¿Qué me estás
haciendo?", recriminó Pepi a la pobre Inmaculada que ni se había enterado
del cruce entre estas dos almas. Atinó a decir:
"Gracias",
con voz endulzada y el joven la envolvió en una lánguida y oscura mirada. Por
suerte la fila avanzó y el movimiento la llevó prontamente hasta la
Caja. Entregó la documentación al Cajero, concluyó el trámite y como
si la empujase el mismo Demonio - tampoco nada tenía que ver en el asunto -
salió de la Institución Bancaria.
"Un café, se
dijo. ¡Necesito un café!" Afortunadamente encontró un Bar próximo y allí
recaló. Aliviada de la emoción, se desplomó en la silla, pero con su corazón
aún palpitante. Después de ser atendida y cuando se llevaba a la boca sensual,
la bonita taza de loza cilíndrica, en el primer sorbo, levantó su mirada y lo
vio entrar. El joven se sentó cerca y ubicó su Netbook sobre la mesa,
enfrentado con Ella. Pepi se sintió incómoda, pero vacilante.
"Pero si es un
joven estudiante, predijo". Debe tener 30 o 32 años. No más. Tal
vez, ya esté recibido sugirió su pensamiento retenido en el adentro.
"¡Dios
mío!" Estoy embobada con este mocoso y no puedo pensar claramente. Una
mezcla de emociones no identificadas la mantuvo alerta. En cada sorbo de café
los ojos de ambos se encontraban. Se apuró, llamó a la camarera y pagó. Al
levantarse, trató de retirar su tapado rojo que se encajó en la silla y al
hacerlo su bolso de mano irremediablemente, cayó. El hecho fue excusa
determinante para que aquel joven se levantara presto y rápidamente lo
recogiera y entregara en manos propias de Pepi.
_Bueno, gracias, no
se hubiese molestado murmuró con voz temblorosa, respondiendo al gesto del
muchacho. De inmediato, Él contestó:
_De nada, no fue
ninguna molestia, al contrario y agregó solemne: Hoy Srta. se le han caído sus
pertenencias dos veces y yo he estado cerca ¿Cree Ud. en el destino?
_No sé a qué viene
eso, replicó Pepi, tratando con su respiración de aquietar su corazón que, al
igual que el de una chiquilina marchaba al galope.
_Fue simplemente una
casualidad, agregó. El extraño la miró tiernamente y cambiado el giro de la
conversación, preguntó:
_ ¿Acostumbra a venir
seguido a este Bar?
_ A menudo, mintió
Ella, mientras recorría discretamente, el fuerte cuerpo de su interlocutor.
_ Entonces, nos
veremos... aportó el joven.
_Claro, contestó
Pepi, desconociéndose a sí misma.
_ ¿Mañana? Se atrevió
Él, con mirada implorante.
_OK, dijo Pepi, con
audacia desmesurada por tratarse de tan casual encuentro.
_ Mañana a esta misma
hora, ¿Srta.?
_ De acuerdo, hasta
mañana respondió, evadiendo la respuesta en su última parte y se fue apresurada
del lugar, con firmeza. Él se la quedó mirando.
Las edades no
constituyeron traba alguna, ni para uno, ni para el otro. Cuando dos almas se
reconocen, se encuentran, se unen, no importa el afuera, esa realidad plasmada
por nuestra forma de pensar. No interesa si sus cuerpos son morenos o blancos,
altos o bajos, jóvenes o maduros. El amor que las une no discrimina. El
entramado universal los había reunido. Pepi se dirigió a su casa con paso
seguro, sin que el helado viento de agosto, le hiciera mella en su pálido
rostro.
2010
Zuni, qué bien relatado.
ResponderEliminarLo leo en sus múltiples niveles. Destacando el de los seres que se unen por la naturaleza de sus órbitas y sus deseos.
La natural vampiración que la señora está por disfrutar.
Lo demás queda a la erotomanía de cada lector.
Exactamente, Carlos. . .Un fuerte abrazo, mi amigo.
EliminarLa edad no importa el tema son los que rodean hay que saber esquivar,abrazo buen finde
ResponderEliminarAsí es Fiaris. Debemos aprender y reafirmar ese concepto casi diariamente para enfrentar las distintas expresiones del amor. Un abrazo.
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