En la red




El hombre esperaba paciente en aquel tradicional Café ubicado sobre la ancha avenida resguardada por imponentes edificios de principios de siglo. Allí, se servía el verdadero café entonador de las mañanas. El diario, a un costado y su vieja agenda de cuero verde, sobre la mesa, lo flanqueaban. Su Notebook, compañera habitual y fiel testigo de su relación etérea, enfundada aún en su maletín, descansaba sobre otra silla. Una música instrumental de fondo recordaba a Piazzola y el aroma especial del lugar, mezcla de distintos olores, ofrecía un ambiente acogedor para la espera de aquel jueves de agosto. En el último e-mail, le confesaba su amor, después de largos meses de conquista virtual. Ella lo había terminado aceptando luego de resistirse a la situación durante repetidos contactos del mismo tenor. Tras ello, había llegado el día concertado para materializar aquel encuentro en el mundo de una realidad desconocida. Ella, se había insinuado desde el principio, como mujer difícil para establecer una relación con el sexo opuesto. Su historia, la había abatido física y psíquicamente. La Red fue su consuelo en noches de melancolía e insomnio.
Afortunadamente para Él, esa situación le aseguraba un camino limpio, sin escollos para conquistar a su compañera internauta. En cambio, de su parte hubo muchos amoríos y hasta un hijo sin reconocer,  pero le quedaba claro que nunca se hubo de interesar con tal vehemencia por una mujer, en este caso, por alguien a quien no conocía físicamente y quien sólo a través de sus palabras escritas se le había develado. Si bien no se conocían personalmente, la había imaginado durante todo este tiempo, cansado de tentar en la vida real. Por sobre todas las cosas la había elegido, así como así, luego de encontrarla en una Red Social donde colgaba videos de temas románticos. Ahora era distinto. No podía explicarse el embrujo que lo mantenía pendiente de cada texto o canción que viniera de Ella. Sus encuentros virtuales, motivados recíprocamente se fueron haciendo cada vez más amenos y la intimidad terminó por invadirlos. Llegó el día en que ambos decidieron conocerse. Mientras leía aparentemente el “matutino” un poco de temor le oprimía el pecho ya que quién sabe qué motivos se empecinaban en demorar el encuentro. Divagaba en reflexiones vanas, cuando de repente, Ella entró por la antigua puerta de dos hojas del Bar, dejando pasar una brisa helada, propia del invierno. La gente caminaba rápido por la acera en un ir y venir instado por la obligación o por el frío estacional. Se arregló el pelo y decidida, con una insinuada sonrisa, luego de mirar en derredor encaró hacia la mesa desde donde Él la observaba. ¿Cómo lo iba a reconocer, si nunca se dijeron cómo era cada quien? La contraseña, la clave, la consigna se centraba en la Notebook que iba a estar abierta con el paisaje de un lago en su plasma, el cual sería ostensible. Él, despistado y nervioso se había olvidado de desenfundarla. La joven de larga melena leonina, avanzó aún más y al pobre habitué se le retorcieron las entrañas. Ella no se sentó, provocando estupor en el hombre que imperceptiblemente se retorcía en la silla. Todo acabó muy rápido, casi con la pregunta de la mujer.
“Disculpe, Señor ¿No ha visto Ud. a un joven con una Notebook abierta?” Avergonzado interiormente, se apresuró a contestar: “No Señorita, no he visto a nadie así,  hasta ahora ha venido poca gente” y excusándose, se levantó como por arte de magia, saliendo apresurado con su cojera a cuestas y tratando de acomodarse la gorra de paño sobre su calva cabeza. La joven con rostro visiblemente desencantado también se retiró tras él.
2011

Corregido 2013


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Comentarios

  1. ¡Vaya decepción! conocer a alguien en la red rara vez trasciende o llega a algo más. Me encantó cómo desarrollaste tu relato.

    Saludos.

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  2. Gracias Daniel. A veces sucede. . . También mis saludos para ti.

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Mi agradecimiento por tu conexión.

Alimento del alma

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Del pintor italiano, Charles Edward Perugini (1839-1918)