Aquel hombre
común a quien muchas personas visitaban los sábados en su humilde casita de las
afueras del pueblo para pedir su consejo, tenía la costumbre de iniciar su
discurso con una larga lista de interrogantes que el consultante debería responder.
No ostentaba
título alguno, era un autodidacta.
El hombre había
iniciado el día con la visita de una mujer joven quien se encontraba afligida y
disgustada sin aparente razón.
Pretendiendo
hacerle ver que su estado emocional podía
cambiar, le hizo varias
preguntas.
¿Has visto la
paloma torcaza cómo construye su precario nido? ¿Y los guacamayos cómo se besan
con sus piquitos curvos? ¿Sabías que tienen una sola pareja toda su vida? ¿Te
has detenido a ver el sol, cuando amanece o la luna brillante cuando es llena?
¿Te ha emocionado saber del nacimiento de un niño? ¿Has notado el aura de una
persona radiante de luz y en otra la has percibido gris y opaca? ¿Te has
interrogado por el cosmos y has escudriñado las estrellas, buscando
alguna? ¿Has llorado de risa cuando te contaron un chiste? ¿Has ayudado a
cruzar la calle a alguien? ¿Te has emocionado escuchando una música que habla
de tu tierra o de la historia de tu pueblo? ¿Te has sentido en una nube al
recibir un beso de quien lo anhelabas? ¿Te has deleitado con el calorcito de
una estufa, leyendo un libro que te gusta en tardes de invierno?
Las respuestas
de la joven fueron en su mayoría afirmativas, lo que motivó al hombre a decir: Entonces,
conoces la vida en su costado de luz. ¿Para qué te preocupas, pues, por el lado
oscuro?
2015
http://www.visiondearlequin.blogspot.mx/
ResponderEliminarHe llegado a tu Blog, Iván.
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