Descriptiva del Paisaje en ruta
Atrás queda la populosa
capital de la Provincia; atrás, la ciudad histórica en la que vivo y atrás
también, surcada por la RN9*, la sede de unos de los festivales internacionales
más convocantes y famosos de mi país.
Se respiran aires folklóricos al pasar,
late en el ambiente la bravura de corceles indomables y de desafiantes jinetes
gauchos.
El paisaje se vuelve
bajo y verde. El pensamiento se expande y un leve parpadear vuelve todo oscuro.
Al despertar, compruebo que avanzamos casi solos, por la RN60.
A la derecha, las
últimas estribaciones de las sierras cordobesas y unos kilómetros más adelante,
un perfecto collar cuyas cuentas de acero, inmensas, elevan dos brazos al
cielo. El desierto blanco y salado y la ausencia de árboles, encuentran la
primera exclamación de asombro.
Un mar inmensamente
níveo a la vera de la ruta, atrapa la observación. El silencio que de él emana casi
atemoriza. La nada se presentó de golpe y hiere los ojos.
Rumbo al Norte es
preciso continuar recto. La RN60 sigue su trayecto al Oeste hasta la Cordillera
de los Andes para comunicarnos con Chile.
Ahora, una suave curva
nos hace abandonar Córdoba.
Luego, la rectitud y un
camino donde la mirada se pierde en el ancho horizonte; la tierra salitrosa
amura la zona inundable a cada lado de la carretera, temiblemente recta.
La RN157 nace en
Catamarca, la recorre al E, ingresa en Santiago del Estero, toca Frías, la
única ciudad santiagueña importante sobre ella, y entra en Tucumán, atravesando buena
parte de esta provincia para morir en su capital.
Algunos mistoles bajos, de copa verde claro y alguno que otro quebracho blanco se yerguen a un lado y
otro de la desierta ruta que, llegando a Recreo, la primera ciudad de
Catamarca, se engalana con el monte bajo. Las bolsas de polietileno ruedan
infladas por el viento seco y arenoso, descubriendo la presencia humana, aunque, desde el camino en horas de la siesta no se la perciba.
Aparecen los cactus y
el verde escaso se proyecta de a poco. La vieja línea del telégrafo paralela a
las relucientes vías del tren, se advierte usucapida por una familia de
cacholotes.
Más adelante, y a la vera de la ruta, un carancho, carroñero y elegante, parado
sobre un hilo del alambrado parece sacar pecho mientras se acicala tranquilo debajo de sus alas, a la espera de su
alimento animal.
La ruta sigue recta y
cruza el límite entre Catamarca y Santiago del Estero. La inclemente soledad
del mediodía seco y caluroso de Frías cunde por sus calles. Urge entonces el
reposo de unos minutos, a la sombra del único mistol sobre una de ellas, a
pasos de la carretera.
El cielo azul diáfano y
santiagueño invita a discurrir en silencio con los ojos cerrados. Los datos
geográficos del libro de rutas argentinas yacen en el asiento de atrás. Dormitarán
una corta siesta.
El tiempo que
transcurre anuncia que el viaje continúa por la rectitud del camino con
destino siempre hacia el N. El sueño acucia, pero la función de copiloto que
cumplo me devuelve sin queja a la impecable ruta flanqueada a la izquierda,
por la red de alta tensión eléctrica de 120.000 kv y a la derecha por otra, de
media tensión, más pequeña, más baja, transportando 12.000 kv.
Una manada de cabritos
simpáticos cruza la carretera desafiando la velocidad. El sopor de la siesta se
cuela por la ventanilla abierta, entonces, abro grande los ojos y me distraigo contando
los irregulares nidos de loros que penden de las columnas de acero de la red
más potente. Seguimos en la desolada recta asfáltica.
Pasando un pueblito ya
tucumano, otra vez, y sin permiso un grupo de cabras fuerza a disminuir la marcha mientras un
lento tren carguero que sorprende en la soledad, trae a mi memoria los viajes
de mi infancia.
La monotonía atenta
contra mi vigilia, sin embargo, el cielo de un celeste brillante me reanima a
pesar de los nubarrones dispersos que lo surcan y que no son para nada prometedores.
La tarde va creciendo y
el paisaje se repite en los casi 120km que supone la distancia entre Frías y la
RP308, a la altura de La Madrid. Ella, transversalmente nos lleva hacia el
Oeste. El sol, en su ciclo diario, nos acompañará hasta Alberdi.
El desafío es grande y deberemos
no sucumbir en estos otros 100 km ante los ataques de Morfeo. Sin embargo, soportando
los tramos tan poceados de la ruta, todo es más fácil.
Con hidalguía, atravesamos por la 308 el Sur de la Provincia de Tucumán, donde el verde es
más verde y el cielo aún más azul.
Campos sembrados, matas
y cañaverales propios de la región nos llenan los ojos. El empalme con la RN38,
amortigua el dolor de cintura y nos devuelve la fuerza para llegar a nuestro
destino final: San Miguel de Tucumán, al amparo de los Nevados del Aconquija
que superando los 5000m de altura snm, iluminan un inolvidable atardecer.
2016
Tremenda descripción de la ruta y del paisaje para llegar hasta San Miguel de Tucumán; diría, apreciada Zuni, que nos has pintado con tus palabras un bello lienzo en donde se puede llegar a sentir todos los estados de ánimo. Córdoba me ha traído de inmediato a mi querido e inolvidable amigo Héctor Lerner, de esa bella tierra argentina, con quien compartí noches de poesía, Héctor, que hace ya tres años volvió a Córdoba para estar unos meses entre los suyos y, luego, volver a Suecia, por amor a sus pacientes, él era médico; aquí en Suecia murió mi amigo, mi Che, mi hermano víctima de un cáncer.
ResponderEliminarTu relato es fantástico, lleno de colorido, muy descriptivo!!!
Genial amiga Zuni!!!
Gracias Gustavo por reencontrarnos en este mundo de letras. Abrazo
EliminarLo narras con muy buen tino y mejor gusto, amiga. Estupendo!
ResponderEliminarAbrazos
Es hermoso viajar, José. Gracias y abrazo.
Eliminar