Un viaje distinto




Recuerdo el traqueteo cadencioso de aquel tren de mi adolescencia, surcando campos verdes, desafiando celestes horizontes. Era el primer  viaje que hacía sola para visitar a mis parientes “del campo”. Antes, de pequeña y cada verano lo había hecho con mi madre, pero, en aquel tiempo me sentía grande, casi independiente, podía pensar con libertad y sentarme como quisiera, hablar como me placiera y comer si lo deseaba, aunque fuera por pocas horas. Mientras, disfrutaba del paisaje fresco, que la ventanilla de limpios vidrios me devolvía. El silencio y el movimiento ronroneante del tren, me adormecían entre tiernas imágenes de infancia.
La jovencita de blonda cabellera, sentada frente de mí, miraba con el rabillo del ojo a su acompañante: Una señora regordeta con aspecto gruñón. Apenas la mujer se dormitó sobre su hombro, la joven se dirigió donde se unen los vagones. Pensé entonces, que marchaba al toilette. Demoró unos minutos y volvió a su lugar. Tomó un pequeño libro de su bolsa de mano,  intentando nerviosamente leerlo.
Enseguida, la máquina eléctrica, hizo sentir su bocinazo anunciando la parada en una de las Estaciones intermedias.  No pocas personas se movieron de sus asientos. La joven volvió a levantarse, acomodando antes, la cabeza de la mujer que la acompañaba, quien para entonces, estaba completamente dormida. Apresurada, llegó otra vez hasta el fin del vagón; un amontonamiento de pasajeros hizo que la perdiese de vista.
Cuando la formación reanudó su marcha con ese arranque canyengue* de los primeros metros, quise recordar cuántas paradas faltarían para llegar a destino, ya que mi pensamiento había estado jugueteando con el ir y venir de mi vecina. Nuevas expectativas me dominaban, dulces esperanzas me alentaban.
Al acercarme a la ventanilla, casi lanzo un grito de sorpresa y admiración: Por el andén, que se iba despoblando de parroquianos, vi a la muchacha rubia correr tomada de la mano de un joven apuesto, con boina vasca, propiamente, la que usan los chacareros** de tal origen. Ni Ella ni Él llevaban maleta alguna. Aquel viaje fue distinto, me enseñó que existían las aventuras de amor.

2012



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Alimento del alma

Alimento del alma
Del pintor italiano, Charles Edward Perugini (1839-1918)