Dicen
en aquel pueblo misionero que, en noches claras, iluminadas por la luz de la
luna, suele verse desde el viejo muro de la costanera, la silueta de una mujer
con su vestido blanco sumergida en las aguas del ancho río marrón. . .
Perdida
en el balanceo de las pequeñas olas que rebotan en la costa bermeja, la joven
esperaba a aquella canoa humilde y de pura madera de timbó, pintada con el
color del cielo que nunca regresaría. Ésa, donde tantas veces junto a su amado
y a la luz de los últimos rayos del sol, recogieran la red y los espineles
plateados, rebosantes de tanto pescado.
El
tiempo se repitió en amaneceres y atardeceres de esperanza, y la soledad
comenzó su proceso. Se pasó la vida sin él, sin su canoa, culpando al río y a
la mala suerte hasta la locura.
En
el embarcadero, siempre se habló de la extraña ausencia del hombre y de la
mujer de ojos oscuros que deambulaba por la zona costera, siempre con su
vestido blanco y ajado. Más se murmuró aún, cuando una tarde, la vieron
arrojarse y desaparecer en las mismas aguas que durante años contempló.
Así,
la razón había perdido la batalla. La fantasía, en cambio, se había impuesto en
la partida, ganando un lugar seguro en la creencia lugareña.
2018
Verdaderamente bueno, amiga. Tienes arte para contar, narrar.
ResponderEliminarAbrazos
Ficción? Realidad? Se confunden estos conceptos
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