La luz

 

Una desolada y yerma elevación me permitía imaginar que a unos pocos kilómetros, delante de mí, estaba el mar. Ese mar azul  que rodeaba la península, calmo y majestuoso,  distinto a otros mares. Me gustaba ver el espectáculo desde mi altura. Nunca lo había hecho desde el atalaya.

Esta vez decidí experimentar y fui subiendo lentamente los destartalados escalones bajo la luz de una luna llena plateada y redonda que no resignaba su espacio celestial.

En la base superior del mangrullo, reinstalado una y otra vez desde el tiempo de los fortines, me senté con las piernas cruzadas en posición de buda. Realmente me sentía distinta, ubicada sobre la perimida atracción turística.

Una brisa suave acariciaba mi piel. Cerré los ojos para disfrutar aún más la sensación de la espera. Cuando los abrí, una luz hiriente desde el horizonte marítimo me alertó. 

A poco de darme cuenta, me fui impregnando con el aura infinita que emitía la bola roja. En ese momento yo fui luz, etérea y brillante como una sutil energía. Más tarde, recordaría en mis versos, ese amanecer en silencio. Fue mi amanecer.

2018

(mejorado 2022)

La fotografía que acompaña esta narración pertenece a:

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Alimento del alma

Alimento del alma
Del pintor italiano, Charles Edward Perugini (1839-1918)